El sentido común es el menos común de los sentidos, pero cuando alguien pronuncia una idea sensata todos le damos la razón. En su entrevista para abc, Javier Huete, Fiscal de Sala Coordinador de Menores, habla desde su experiencia de la gran dificultad para enfrentarse a los retos de las pantallas. En sus respuestas pone los puntos sobre las is y aporta unas ideas tan sensatas como infrecuentes en la sociedad. Recogemos a continuación parte de esa entrevista:

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—¿Qué es lo que está fallando a la hora de educar desde las familias, la falta de tiempo, de conciliación...?

—Es un cúmulo de circunstancias. El que se atreva a apuntar un factor determinante se equivoca. Primero, esta es una sociedad que cada vez se vuelve más inhóspita, porque exige de ambos padres unas jornadas que no son compatibles con los horarios académicos o familiares de sus hijos. Además, es una sociedad que es muy competitiva. Estas últimas generaciones están siempre necesitadas de formación complementaria, lo que nos lleva a sobrecargarles de actividades. Y los fines de semana se convierten en una tensión. Unos necesitan descansar, y otros necesitan acción. Y no hay cosa más reñida que el cansancio con la actividad frenética que necesitan unos niños pequeños.

—Las nuevas tecnologías no ayudan mucho a educar.

—Esto también tiene una traducción: no estamos, no hablamos, no conversamos, no hacemos cosas juntos y nos refugiamos en las tecnologías. Los niños de hoy están delante de las pantallas continuamente, ya sean los móviles, las tablets, el ordenador o la televisión. El colmo son ya las comidas con el teléfono encima de la mesa. Ahí de nuevo falla el «no». ¿Cuál es la norma? No se come con los móviles encima de la mesa. Pero el primero que lo tiene que poner en práctica es el padre, que no debería siquiera tenerlo en el bolsillo. Si estás comiendo, estás comiendo y si suena, no se coge.

—Esta es la primera generación de padres con hijos «millenials», y muchos llevan una vida exclusivamente virtual. ¿Qué puede hacer la familia?

—Cuando son más pequeños, crearles actividades distintas a las que requieren el uso de las pantallas. Entre otras cosas, porque se van a quedar sin olfato. Sin vista, seguro, y sin oído, también. Como no existe esa relación personal, el tacto se les va a reducir a los pulgares. No van a tener esas percepciones y sensaciones que son esenciales para el ser humano. Muchas de las relaciones personales se basan en la química, pero esa información hay que aprender a manejarla, y la están perdiendo.

—Por contra, hay muchos padres superados por la técnica.

—Es cierto, pero por este motivo, es fundamental explicarle qué conducta tienen que tener en internet. Es nuestra obligación enseñárselo. Decirles: «no te oculto en la red vas a encontrar lo que quieras, pero debes saber por qué no hay que hacer o entrar en según qué páginas. Primero, porque para que tú veas esas imágenes, han violentado a una mujer, o a un niño, o maltratado a un mendigo, o fomentado el odio hacia el distinto. Y, segundo, porque puedes ser objeto de una persecución legal». Hay valores que tienen que adquirirse previamente como propios, porque son los de tu entorno y los de una sociedad democrática. Los menores tienen que saber que internet no es un mundo de yuppies. Es un mundo paralelo y, aun existiendo, no se debe entrar. No por miedo a que te descubran, que ya sería un miedo suficiente, sino porque lo que hay de trasfondo es muchísimo más grave de lo que se pudieran imaginar.

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—El juez Calatayud señala siempre que los niños no deberían tener móvil antes de los 14 años, pero muchos menores reciben un smartphone como regalo de Primera Comunión, con apenas 9 o 10 años.

—No nos damos cuenta de que lo que le estamos dando a un niño de diez años no es un teléfono únicamente para hacer o recibir llamadas. Le estamos dando un ordenador con conexión de datos. Desde un paquete más o menos amplio, hasta llegar al ridículo de regalarle literalmente una tarifa plana. Esto es impensable. Porque con diez años no se está en condiciones de tener una herramienta de la potencialidad y el riesgo que eso comporta. Esto es un error y sería lo primero que habríamos de corregir.

—Muchos discuten con la frase de «es que todos lo tienen».

Ese argumento no me vale. Habrá que empezar a decir «pues este no lo tiene». Porque también hay que tener en cuenta que con esto empiezan la competición: a ver quién sube más fotos a Instagram, a ver quién tiene más amigos en Facebook, a ver quién tiene más seguidores en Twitter, o en Tuenti. Al final es un concurso en el que todo es superficial.

—Los padres, ¿somos conscientes de la responsabilidad que tenemos?

—Desgraciadamente, muchas veces no. Tenemos una obligación de vigilancia y de cuidado a nuestros hijos por responsabilidad civil, es cierto, pero no somos muy conscientes de que nuestra responsabilidad es anterior: familiar y ante la sociedad. Porque nuestros hijos no nos pidieron venir al mundo. Los trajimos porque fue consciente y voluntariamente nuestra decisión como padres. Eso, que parece de cajón de madera de pino, conlleva unas exigencias de educación, de formación, de seguridad, de estabilidad... No se trata solamente del estricto cumplimiento de leyes. Es algo más. Es tratar a un niño como lo que es, una personalidad en formación que está a nuestro cuidado y que nosotros tenemos obligación de que se desarrolle de manera que luego pueda vivir de forma autónoma en sociedad.

Fuente: abc.es

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