La innovación tecnológica ha dado un giro hacia productos y servicios cada vez más triviales, ligados a la cultura de la imagen y del propio yo. Este enfoque no se debe solo al desarrollo de la sociedad –las necesidades más básicas se han resuelto– o a la falta de talento, sino a la peculiar demanda que incentiva a inventores e inversores: los últimos avances tecnológicos aparecen cada vez más centrados en el individuo, en mejorar su apariencia y su bienestar, como consecuencia de una mentalidad superficial generalizada. Los resultados están muy lejos de los grandes adelantos de otros tiempos.


Esta opinión, incluso con tintes más radicales, es la que sostiene Nicholas Carr en un artículo publicado por The Wall Street Journal. El escritor, experto en Internet y nuevas tecnologías, se apoya en el análisis de las principales novedades en el campo médico y de la comunicación. De Facebook, a Twitter e Instagram, la aplicación que colorea fotografías y cuya patente ha reportado ingresos millonarios a sus creadores, a otros avances en cirugía estética o farmacológica, como Prozac o Adderall, dirigidos a conseguir cambios inmediatos en las capacidades personales; casi todo se centra en modelar la propia personalidad y su apariencia.

Para Carr, hay muchas herramientas que usamos simplemente por “darnos gusto o por alimentar la vanidad, o por el deseo de autoexpresión o autopromoción”, y esos son los avances que se valoran hoy día y en los que los emprendedores están dispuestos a trabajar. “Estamos logrando precisamente el tipo de innovación que deseamos y que nos merecemos”, asegura.

Para resolver esta situación, que califica de estancamiento e incluso decadencia, Nicholas Carr propone una mirada más amplia y centrada en los demás, y no tanto en el propio yo. Para volver a la época de los grandes inventos y avances que han impulsado la civilización, no es necesario más talento –sostiene–, sino ser capaces de ampliar las expectativas y las aspiraciones de la cultura actual.

Fuente: Aceprensa